jueves, 21 de mayo de 2015

El Cadejo

"El Cadejo"


El Cadejo es un espíritu que cuida el paso tambaleante de los borrachos y las mujeres.

Materializado en un animal adopta la forma de un perro lanudo, con casquitos de cabra y ojos de fuego.

Existen dos variantes: el que cuida a las mujeres es blanco y el negro es el que cuida a los hombres que están en peligro.

Tiene especial atención con los borrachos que se quedan tirados en las calles. Pero éstos deben evitar que les lama la boca, porque si no, los perseguirá toda su vida.


La leyenda

En 1900 Juan Carlos era un guardián que vivía en una barraca cerca de los Arcos, en los campos cerca de la finca La Aurora.

Trabajaba cerca de la Parroquia Vieja y llegaba a su casa a la medianoche. Su esposa e hijos pequeños pasaban solos casi todo el tiempo en medio de la soledad de esos campos.

Todos los días, Juan encontraba un perro blanco al llegar a su casa. El can al verlo se sacudía, se daba la vuelta y desaparecía. 

Juan lo seguía, pero nunca lo alcanzó.


"La Ciguanaba"

La Ciguanaba

Una mujer vestida de blanco y largos cabellos negros que aparece por los ríos y las veredas solitarias. Se hace seguir, por los hombres que trasnochan buscando aventuras nocturnas, sin dejarse ver el rostro. Luego los pierde en los barrancos, tras haberles mostrado su cara de caballo.


La leyenda

Un hombre después de trasnochar caminando cerca de un fuente, veía el cielo  las estrellas centellantes; ni siquiera había amanecido cuando vio bañándose en el agua fría de la fuente una mujer con un hermoso vestido blanco, de hermosa figura, cabello largo y negro.

El hombre le preguntó:

Que haces a esta hora bañándote, quieres que te ayude?

La hermosa mujer dejó de bañarse, y sin mostrarle el rostro le hizo una señal.

Me está llamando dijo el borrachín.

La mujer caminó hacia el cementerio y el hombre la siguió impaciente e incansablemente, cada vez que se le acercaba, la mujer se desplazaba lejos de el.

Entonces el hombre por fin la alcanzó y pudo contemplar su rostro endemoniado, parecía un caballo, ésta se abalanzó sobre el y trató de llevárselo gimiendo un grito escalofriante, enterrándole las uñas para sepultarlo en los barrancos cercanos.

Desesperadamente el hombre recogió una medallita que tenía colgada en el cuello, y empezó a orar ya que no podía escapar de la mujer.

Cuando la mujer vio la medalla lo soltó y se lanzó al barranco.

El hombre sobrevivió al ataque y llegó a su casa con sus brazos y espalda desgarrados. Su familia trató de curarlo pero el hombre contó la historia y murió a los pocos días debido a sus heridas que nunca sanaron.


La Tatuana

"La Tatuana"

La Tatuana fue una mujer que tuvo realidad física en la ciudad de Santiago de los Caballeros.
Se la menciona desde el período colonial hasta la década de los treinta en el siglo XIX. Estudiosos de diversas épocas la refieren con certeza, entre ellos Ramón A.Salazar, Adrián Recinos. En tanto que José Milla incorpora el personaje a una de sus novelas históricas.



Había en la Antigua Guatemala una señora viuda que vivía por el barrio del Calvario, en medio de la mayor pobreza.

Sus vecinos casi no le hablaban, pues creían que era una bruja.

Un día le pidió a la señora de la tienda que le diera el pan a crédito, pero ésta como siempre se negó a hacerlo. Entonces la mujer le dijo :“Yo sé que su marido se fue de su lado, pero yo puedo arreglarle que vuelva con usted. Tenga este cuerito, a las ocho de la noche llámelo por su nombre, golpee con él tres veces la almohada y guárdelo debajo de ella”.

Agradecida la tendera le dio un canasto lleno de verduras. En la noche hizo lo que la señora le había aconsejado y en el acto se presentó su marido. Mientras tuvo el objeto su marido permaneció fiel.
Pasados cuatro días la extraña mujer se asomó a la tienda y le pidió el cuerito. La tendera protestó: “Vea usted, que mi marido se me volverá a ir”.

La viuda le contestó que lo usaría para otro trabajo. La tendera se lo dio y ese mismo día su marido se fue de la casa.

Enojada la vecina la acusó de bruja, se fue con las autoridades y el cura de la iglesia. Entre todos decidieron llevarla a la cárcel. Pero ella, burlándose de quienes la tenían prisionera, organizó un plan de escape.

Con un trozo de carbón dibujó un barquito en la pared de la bartolina, se subió a él, pronunció algunas palabras mágicas y huyó. En su lugar quedó un intenso olor a azufre. En adelante nadie volvió a saber nada de la extraña mujer, a quienes todos recuerdan como la Tatuana.
Por otro lado, algunos historiadores refieren que este personaje tiene sus antecedentes en los últimos años de la ciudad de Santiago de los Caballeros.

miércoles, 20 de mayo de 2015

"La Llorona"

Habría que decir que para aquellos patojos de ciudad era toda una aventura visitar el pueblo donde vivían sus abuelos y caminar por sus calles, polvorientas de día, oscuras y silentes de noche. Jugaban a ser valientes y correr de ida y vuelta al sitio de enfrente de la casa; un sitio lleno de milpas y mangales, sapos y gatos que se escondían entre las sombras asustando de vez en vez a los valerosos jugadores. De pronto se quedaban paralizados al escuchar el aullido de los coyotes en la loma y prestos zampaban la carrera para dentro de la casa entre ataques de nervios y risas. Al verlos alterados, el abuelo –un diablillo él- aprovechaba para contarles historias de miedo. Entonces todos se reunían en la salona para escuchar con atención la fascinante narración del anciano:

- Fíjense patojos que una noche, ya hace años, venía de regreso de inspeccionar la plantación de frijol a orillas del río Grande. En eso vi a lo lejos un bulto que se movió al costado del camino. Como estaba nublado el cielo no distinguía si era persona o animal lo que había allá adelante; era tal la oscuridad que la luz de mi candil apena lograba iluminar un par de metros, Por si las dudas cargué mi rifle… no vaya a ser un maleante, me dije. Para cuando faltaban unos treinta metros noté que se trataba de una figura femenina, eso porque alcancé a verle su larga cabellera negra y su vestido blanco, como un camisón de seda. En ese momento los coyotes empezaron a aullar de manera lastimera e incesante. Altivo, mi caballo, se negó a dar un paso más, se puso muy inquieto y jadeaba exaltado. Le zampé un par de chicotazos para obligarlo a caminar, sólo así lo hice andar de nuevo.

Le grité a la mujer:
-¡Buenas noches, chula! ¿qué hace a estas horas por acá y sola? Este camino es peligroso, hay mucho coyote suelto que baja del monte para buscar gallinas. Mejor váyase a su casa. Además va a llover y este río es traicionero, crece rápido.

La mujer no pronunció palabra, más bien se le escuchaba balbucear y sollozar al mismo tiempo. Altivo cada vez estaba más impaciente, nunca se había comportado así; relinchaba, brincaba y retrocedía, por más fuerte que le jalaba la rienda no lo podía controlar.
-¡Ah, caballo del demonio!
¡Como me tirés al suelo verás lo que te hago…!


De pronto la mujer se puso de pie. No podía ver su rostro porque el cabello se lo cubría. Un escalofrío recorrió mi esqueleto y por un momento tuve la sensación de ser de plomo, todo el cuerpo me pesaba.

Fue cuando a lo lejos escuché un grito desgarrador «¡Ay, mis hijos!»
El pavor invadió mi espíritu al ver que la mujer caminaba hacia mí, pero lo hacía sin que sus pies tocaran el suelo. Iba con los brazos levantados, como queriéndome bajar del caballo, Entonces le metí un par de espuelazos en los corvejones al Altivo y éste salió despepitado, como alma que se lleva el diablo.

A todo galope atravesamos el maizal de Don Vitalino, pero aún escuchaba a lo lejos ese espantoso grito seco que me helaba la sangre «¡Ay, mis hijos!». Para sorpresa mía sentí repentinamente unas manos frías aferrándose a mi cintura. ¡Era esa mujer! De un brinco se había encaramado en Altivo y me clavaba sus uñas en el estómago. Empecé a codearla y a lanzar golpes a diestra y siniestra esperando tener suerte y atinarle alguno en su horrible cara. No fue hasta que con la cacha de mi rifle le di un golpe en la frente haciendo que ella resbalara del caballo. Entrando ya al pueblo, allá por el puente de La Campana, supe que la había dejado atrás.

Cuando llegué a la casa todos me recibieron con sorpresa:
¡Que te pasó hombre! Si estás más blanco que un papel –dijo su abuela-
-María, traele agua de brasas al señor para el susto, pero correle chula…

Como pude les conté mi aventura.
-¡Dios bendito! –decían las mujeres santiguándose-
-¡Esa fue la Llorona vos! –decía la abuela- ¡Se te apareció la Llorona!

Diciendo esto cuando se escuchó muy fuerte un alarido tenebroso al pie de la puerta. Rápidamente las mujeres se sacaron el Rosario del delantal y empezaron a rezar para ahuyentar ese mal espíritu.

Está lejos la animala esa porque se oyó cerca el grito –dijo María-
Cuando se la escucha lejos es porque está cerca, y cuando se oye cerca es porque ya va lejos. ¡Vaya que no le gritó tres veces patrón! sino se lo hubiera ganado…

Poco faltó patoja, si no es por Dios y el Altivo que corrió como cachinflín, no la cuento.

Todos los niños estaban con la boca abierta, inmóviles, casi sin respirar, atentos al cuento del abuelo. Y nunca falta el tío malacate que se presta para hacer la típica broma pesada. Así el tío Ida pegó un grito que hizo brincar casi un metro del suelo a todos los patojos, unos incluso hasta lloraron del susto, pero al final todos pararon riéndose ante la chabacanada.

- Bueno, bueno, a dormir –dijo la abuela- porque poco falta para la media noche, no vaya a ser que se aparezca la Llorona gritando por acá…

Esas palabras fueron suficientes para que todos los patojos salieran despetacados a meterse a sus cuartos para dormir.

“Los Rezadores de la Noche en Antigua Guatemala y Guatemala“.

 “Los Rezadores de la Noche en Antigua Guatemala y Guatemala“.

Esta es otra vieja historia de la Ciudad. Los Rezadores de la Noche aparecen únicamente en los barrios de Candelaria, la Recolección, Santo Domingo y la Parroquia vieja.

Los rezadores de la Noche vagan errantes rezando por las calles estremeciendo a los pobladores. Según cuenta la leyenda ellos aparecen el primer viernes de cada mes; se pasean por las banquetas con sus túnicas negras y llevan consigo unas candelas en sus manos, se les oye una rezadera que hasta te pueden volver loco, CUIDADO!! no salgas a ver, ellos te pueden ganar.

La caminata invisible de los rezadores la puedes sentir, los perros anuncian su llegada con sus aullidos, esos aullidos de lamento que te estremecen hasta los huesos. Según la tradición advierte que cuando el fúnebre cortejo pasa recorriendo las calles de la ciudad, visitando hoteles yrestaurantes o cualquier tienda que en esas calles se encuentran, deben cerrar sus puertas y si sales a verlo, uno de los rezadores llega contigo y te entrega una de sus candelas (algunas veces son dos); y te pide que se las guardes, y te dirá que el pasará por ellas a la siguiente noche. Eso sí: el te advierte de una vez que debes colgar las candelas en la cabecera de tu cama. Al otro día, lo que aparece en lugar de cada candela es un hueso fémur”.

Al suceder eso ya no hay salvación. Sin embargo, el castigo no se realiza en ese mismo instante, se lleva durante un tiempo de reflexión. Queda solo una opción, ¡Si solo una opción!, es la de recurrir a prácticas mágicas para librarse del maleficio. Cuando uno ya ha visto a los rezadores y le han dado las candelas, hay un dicho que dice “ya se lo llevó a uno la que lo trajo” y para salvarse de ello, lo que hay que hacer es salir a esperarlos en el mismisimo lugar donde se le vio, pero debes ir acompañado con un niño en brazos, sólo así las candelas no se vuelven huesos y se les puede devolver a los rezadores, pues la inocencia del niño tuerce la maldad de estos espíritus.

Para librarse de una vez y por todas de esos espíritus hay que pedirle a un sacerdote que eche agua bendita en las calles donde ellos transcurrieron, pero como son bien “Fregados” se les han oído en otros barrios. A uno por andar de shute en el buen chapín siempre le va mal por andar viendo lo que no le corresponde, pero ahora ya sabes la solución a esto. La calidez e inocencia del niño sirve como un escudo protector contra la maldad y los Rezadores no pueden resistir a esta inocencia y el hechizo queda roto


El sombrerón

El sombrerón es un personaje mitológico dentro de las leyendas de Guatemala. Tambien se le conoce
como Tzitzimite.

Está representado como un personaje de corta estatura que lleva un enorme sombrero, y da serenatas
a las mujeres para que se vayan con él formando parte de la amplia gama de almas perdidas de este
personaje.

Tiene una guitarra y viaja en una mula (según versiones viaja en caballo) que lleva carbón. Está vestido
de negro y lleva un cinturón grueso y brillante. La tradición dice que es un ranchero del norte de
México que canta rancheras y enloquece a todos, especialmente a las mujeres, que se quedan
encantadas con su sombrero.

El sombrerón aparece al anochecer y recorre los barrios de la ciudad. Cuando ve a una mujer amarra
su mula, coge la guitarra y comienza a cantar y bailar.

Las leyendas de sombrerón son muchas y variadas, pero la base de ellas podría ser la siguiente:





En uno de los barrios de la ciudad vivía una joven 
hermosa, con pelo largo y grandes ojos de color 
negro. Tal era su belleza que todos los jóvenes del 
lugar querían conquistarla, pero ninguno conseguía 
hacerlo. Un día al anochecer, se asomó a la ventana 
y vio aparecer a un hombre pequeño que portaba 
una guitarra. Este hombre, al verla tras la ventana, 
quedó maravillado por su belleza y comenzó a tocar
 canciones con su guitarra. La joven quedó hipnotizada 
desde la primera nota que escuchó. Este hecho no pasó 
desapercibido por los padres de la muchacha, y llamaron 
al sacerdote para que bendijera la casa y así poder librar
a su hija de ese hechizo. Pero no lo consiguieron. 
La muchacha no comía ni dormía, y no podía apartar su 
mente de la música. Finalmente, los padres muy preocupados 
por su salud, llevaron a la joven a la iglesia, le cortaron el pelo y así consiguieron que ese hombre 
dejara de molestarla.


Hay quienes afirman haberlo visto muchas veces confundido entre las sombras del bosque. Y otros
afirman que el sombrerón es un hombre pacífico que no se mete con nadie, exceptuando a los
borrachos y maleantes.